La infección por el virus de la hepatitis C, perteneciente a la familia de Flaviviridae, está presente en aproximadamente 70 millones de personas en el mundo con una prevalencia global de aproximadamente 1.6%, y es actualmente la causa principal de trasplante hepático por cirrosis en los Estados Unidos. Se presenta en seis genotipos conocidos, cada uno de ellos con características clínicas y biológicas distintas. Esta infección suele ser silente y de adquisición por lo general por vía parenteral, típicamente transfusiones sanguíneas, accidentes percutáneos o procedimientos médicos invasivos, incluyendo hemodiálisis.
En el mundo el genotipo más común es el 1 a y 1 b, ocupando más del 70% de los casos. En nuestro país ocurre lo mismo, siendo el 1 a el más frecuente. Mientras la mortalidad por tuberculosis, malaria y VIH/SIDA está disminuyendo en el mundo en los últimos 15 años, la mortalidad por hepatitis viral B y C está aumentando, no solo por cirrosis y complicaciones sino también por carcinoma hepatocelular. Es por este motivo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) se ha trazado la meta de eliminar las hepatitis virales para el 2030, mediante acciones globales que implican esfuerzos conjuntos de prevención, vacunación, y accesibilidad universal a los tratamientos antivirales de acción directa para hepatitis C que aún no se encuentran disponibles en todos los países para las poblaciones más necesitadas.
Si bien es cierto en el Perú hay algunos estudios epidemiológicos pequeños de hepatitis C en distintas poblaciones selectivas como pacientes en hemodiálisis, hospitalizados, trabajadores de salud, todos ellos con prevalencias variables, las muestras más significativas provienen de los bancos de sangre en personas donantes supuestamente sanas. Se tiene datos bien tabulados proporcionados por el Programa Nacional de Hemoterapia y Bancos de Sangre (PRONAHEBAS) desde el año 2008, y se evidencia que la prevalencia de hepatitis C para donantes fluctúa entre 0.5 y 1%, y sorprendentemente en la mayoría de años en dicho período mayor que la de hepatitis B. En el año 2015 por ejemplo, en el departamento de Lima la prevalencia de hepatitis C en Bancos de Sangre en Lima fue del doble que la de hepatitis B, y en la costa del país en general se puede afirmar que se mantiene esta tendencia, siendo mayor proporcionalmente que en la sierra y selva. Cabe resaltar los últimos datos de PRONAHEBAS de 2016 y 2017. En la costa para dicho periodo la prevalencia de anticuerpo anti hepatitis C fue de 0.5%, mientras que para hepatitis B fue 0.36% y para VIH 0.28%. Y si tomamos al Perú como un todo, la tendencia se mantuvo, siendo mayor la prevalencia de Hepatitis C que la de Hepatitis B y VIH. Hubo en los dos últimos años más de 3600 casos de hepatitis C detectados por bancos de sangre en nuestro país, sin embargo no existe un registro de dichas personas ni se tiene conocimiento de su evolución o a dónde fueron derivados.
En comparación con países de la región, Bolivia, Colombia, Ecuador y Venezuela, el Perú tiene la mayor cantidad de muertes por cirrosis causada por hepatitis B y C entre los años 1990 y 2013, según estadísticas oficiales de la OMS y OPS. Asimismo, la incidencia de carcinoma hepatocelular y la mortalidad por dicha neoplasia es la mayor de la región, aunque debida principalmente a hepatitis B.
Siendo actualmente una enfermedad erradicarle (en más del 95%) con medicamentos antivirales de acción directa, la hepatitis C debe sospecharse en toda persona con antecedente de transfusiones de sangre, hemodiálisis, infectados con VIH o Hepatitis B y personas con antecedente de procedimientos quirúrgicos invasivos. No existe en nuestro medio una recomendación como en los Estados Unidos, donde los llamados “baby boomers” (nacidos entre los años 1946 y 1964) representan una cohorte de riesgo, ya que un 70% de los infectados con el virus de la hepatitis C se encuentran en ese grupo etáreo.
Es importante tener en cuenta que se trata no solo de una enfermedad infecciosa sino también una enfermedad hepática crónica y por lo tanto se debe evaluar el estadiaje de fibrosis, hoy en día mediante métodos no invasivos que toman en cuenta parámetros de fórmula simple que incluyen transaminasas, edad del paciente y plaquetas (APRI, FIB4) o si se encuentra disponible, el uso de la Elastografìa Transitoria de Vibración Controlada (Fibroscan), disponible en nuestro medio.
Según las características individuales del paciente (estadio de fibrosis, genotipo, carga viral y antecedente de tratamiento previo para hepatitis C) se escoge la combinación y duración del tratamiento idóneos. Según las últimas recomendaciones de la OMS publicadas en Julio de este año se da preferencia a esquemas combinados y coformulados (dos fármacos en una sola tableta) con amplio espectro para todos los genotipos de hepatitis C, los llamados esquemas pangenotipicos. La disponibilidad de dichos fármacos en nuestro país está en trámite y pronto se dispondrá de ellos. Sin embargo para que nuestro país esté alineado con la meta de la OMS de erradicar las hepatitis virales para el 2030 no basta con disponer de los medicamentos, sino que además se debe detectar y sobre todo registrar a los portadores de hepatitis C. Se puede curar a un 95% de personas que llegan a ser detectadas, pero se ha demostrado en otros países que esto no es suficiente, se debe hacer campañas masivas de detección.